Uruguay es el país de José Mujica, Jorge Drexler, el equipo de rugby que inspiró la película Viven, la venta de marihuana en farmacias y la legalización el matrimonio entre personas del mismo sexo (duodécimo Estado el mundo en reconocerlo, el segundo en América Latina). Conviene no discutir que Carlos Gardel era uruguayo, que preparan mejor el mate que en Argentina y que no se come un asado igual en todo el oriente latinoamericano. Pero además, existen otras realidades mucho menos conocidas o reivindicadas, pero cuanto menos igual de encomiables que las anteriores. Una de ellas la representa Timbó.
Con el nombre de un árbol que crece en toda la superficie uruguaya (de unos 170.000 kilómetros cuadrados), desde 2009 esta iniciativa de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII) permite el acceso a la última bibliografía y literatura científica-tecnológica de todas las áreas de investigación a través de sus suscripciones a las colecciones de Scopus, Science Direct, JStor o EBSCO Host.
Además, cuenta con un directorio que clasifica, entre otros, buscadores de literatura académica, revistas uruguayas, bases de patentes, recursos institucionales o materiales en abierto. Pero lo más interesante de Timbó no es el esfuerzo por diseñar y clasificar un compendio de recursos científicos, sino el acceso a estos, pues se encuentran disponibles para cualquier persona que se inscriba a través del registro de la página. Así se explica en el propio portal:
«Se calcula que el 85% de la literatura científica se encuentra detrás de una barrera de acceso que generalmente es de índole económica por lo que con el nuevo alcance del sitio, se pretende lograr la democratización de la información para alcanzar la apropiación social del conocimiento».
Desde 2014, las 19.000 revistas especializadas y 34.000 libros electrónicos son accesibles a toda la ciudadanía. Gracias a Timbó, Uruguay se convierte así en el primer país del mundo que dispone esta herramienta para sus más de tres millones de habitantes, incluidos estudiantes, empresarios y empresarias o cualquier otra persona con conexión a Internet (las facultades son zonas WiFi) y que desee conocer más sobre la producción científica. Sin intranet, sin necesidad de utilizar Sci-Hub, como el propio ritual del mate: alguien lo prepara y, ya lo esté tomando en un lugar privado o público (algo también muy habitual), lo comparte con quienes tenga cerca, sin preocuparse por utilizar la misma bombilla (la caña con la que se absorbe). ¡Pero cuánto nos tiene que enseñar el paisito!