Así es, Batman ha trasladado su cuartel secreto desde las profundidades de Gotham City hasta La Granja de San Ildefonso, en Segovia. Un lugar mucho más tranquilo y donde, desde luego, se come mejor.
Hace poco más de un mes, publicábamos en la agencia de noticias de ciencia DiCYT un reportaje sobre un tema ciertamente relevante respecto al estudio de la biodiversidad en el país: el entorno del Palacio Real de La Granja, en Segovia, es el lugar de España con mayor diversidad de murciélagos (se han contabilizado aquí un total de 25 de las 31 especies descritas en la península) y, posiblemente, uno de los más importantes a nivel europeo, si no el que más, tal y como aseguran los investigadores de la Universidad de Alcalá de Henares y del Museo de Cantabria que allí trabajan.
El asunto, que a priori cumple con todos los criterios periodísticos de noticiabilidad (novedad, actualidad, relevancia, proximidad, etc.) parece tener el suficiente interés por sí mismo como para constituir un hecho noticioso y tratarlo como tal, como cualquier otro asunto abordado desde una perspectiva periodística, con los códigos y prácticas profesionales que nos caracterizan.
Sin embargo, el hecho de que sea un tema científico, en ocasiones deriva en otra cosa. La ciencia en los medios se aborda muchas veces desde la curiosidad, incluso a veces desde la espectacularidad. En este caso, en la búsqueda del mayor impacto posible el tema derivó en ambos.
Como agencia de noticias, servimos información –en nuestro caso de forma gratuita, a través de una Licencia Creative Commons- a prácticamente todos los medios de comunicación de la región, a muchos nacionales y a algunos medios internacionales. Por ello, día a día vemos como nuestros temas terminan siendo otra cosa, a veces ligeramente y otras radicalmente distinta. Y lo cierto es que raras veces se nos cita como fuente, y prácticamente nunca se firman los reportajes con nombres y apellidos. Tampoco es ese el cometido final, aunque tiene sentido en este testimonio.
En la web de ‘El Norte de Castilla’ el reportaje, titulado El entorno del Palacio de La Granja, el lugar con mayor diversidad de murciélagos de la Península, se publicó como La cueva de Batman está en el Palacio Real de La Granja y, como excepción que confirma la regla, se firmó con nombre y apellidos.
Es decir, debajo de ese titular que no había escrito, ni seleccionado, ni siquiera visto antes de ser publicado, aparecía estampada mi firma. Todo un alegato a diez años tratando de ejercer el periodismo de ciencia con el máximo rigor y profesionalidad posible. Para más inri, y como consecuencia directa de ese titular, el reportaje estuvo durante dos días en lo alto del top 10 de los temas más leídos en esta web.
Pero más allá de relatar una anécdota es interesante lanzar algunas preguntas para el debate. ¿El periodismo online está fomentando la espectacularización de la ciencia? ¿Cualquier titular es válido para ganar unos clicks? ¿Es lícito/ético estampar la firma de un periodista especializado debajo de un titular editado que no ha redactado ni consentido de ningún modo?
Coincido en una reflexión lanzada por Albert Gurri, compañero de la AECC (Asociación Española de Comunicación Científica), un día en el que debatíamos precisamente sobre este tema: a todos, científicos, comunicadores profesionales de ciencia, periodistas y a los propios medios se les exige principalmente una cosa, el impacto. Impacto de tu investigación científica (publish or perish), impacto de tu comunicado o nota (comunicador científico), impacto de tu artículo (periodista) e impacto en tus lectores (medio) cuya consecuencia es una carrera sin sentido (o casi maquiavélica) en la que “el impacto justifica los medios”.
Trabajar en agencias puede ser ingrato. Normalmente es un trabajo en la sombra que no tiene todo el reconocimiento que debiera porque, salvo excepciones y decepciones como la narrada aquí, los periodistas de agencia no somos ni Batman ni Batwoman, sino hombres y mujeres invisibles. Y visto lo visto, quizás la invisibilidad no sea tan mal superpoder.